martes, 5 de abril de 2011

Las 7 Palabras.

Las 7 Palabras.


Una breve meditación sobre las últimas palabras de Jesús en la cruz, y el profundo significado de estas para nuestra salvación y vida cristiana.

Por: Israel Alvarado E.

Primera Palabra:
 «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc. 23:34).

Tan pronto como Cristo fue clavado en la cruz, oró por los que lo crucificaron. Él murió para comprarnos y conseguirnos la gran cosa que es el perdón de pecados.

El amor de Dios es algo extraordinario. Y éste llena nuestra vida cuando aceptamos su perdón, y así somos capases de perdonar a otros. Cuando estaban matando a pedradas a Esteban, él oraba: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7: 60).

Para el mundo y su mentalidad materialista y vana, no hay nada más extraño ni más difícil que el perdón. Ignoran que es el único antídoto contra el resentimiento, el cuan nos hunde en depresiones y amarguras. Si tan solo aprendiéramos la gran lección que Cristo nos da al pedir el perdón de los que le estaban crucificando, es por eso que Pablo de dice a los efesios: “sean buenos y compasivos los unos con los otros, y perdónense, así como Dios los perdonó a ustedes por medio de Cristo.” (Efesios 4:32).

La humanidad mató a Cristo por ignorancia. Esta idea aparece en todo el Nuevo Testamento. Pedro le dijo a la gente pocos días después: “ni ustedes ni sus líderes se dieron cuenta del mal que estaban haciendo.” (Hechos 3:17). Pablo dijo que habían crucificado a Jesús porque no le habían reconocido (Hechos 13:27). Entonces es importante que entendamos que, tan horrendo y letal es el pecado que se comete por el resentimiento y la amargura del corazón, como el que se hace por la negligencia y holgazanería de la ignorancia; pero nosotros los cristianos actuales menos que nunca podemos caer en la ignorancia, tenemos todo el conocimiento a nuestro alcance, conocimiento que nos debe llevar a tener un corazón humilde y lleno de amor por los demás y así poder perdonar, pues habita en nosotros el amor de Dios.

Segunda Palabra
«De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.» (Lc: 23:43).

Jesús fue crucificado entre dos ladrones; en ellos se muestran los diferentes  efectos que la cruz de Cristo tiene sobre los hijos de los hombres por la predicación del evangelio.

Un malhechor se endureció hasta el fin. Ninguna aflicción cambia a un corazón endurecido. El otro se ablandó al final: fue librado por centímetros de la hoguera y fue hecho un ejemplo de la misericordia divina de Jesús. Esto no es para motivar a nadie a aplazar el arrepentimiento hasta el momento de la muerte. Es cierto  que para el arrepentimiento verdadero nunca es demasiado tarde, pero también es muy cierto que el arrepentimiento tardío rara vez es verdadero.

Nadie puede estar seguro de tener tiempo para arrepentirse en la muerte, y menos tener la seguridad de tener las ventajas que tuvo este ladrón.

Nos daremos cuenta que este caso es único, si observamos los efectos nada comunes de la gracia de Dios en este hombre. Él reprochó al otro ladrón por reírse de Cristo. Reconoció que ellos merecían lo que les hacían. Creyó que Jesús sufría injustamente. Todo esto nos habla de que creía en Jesús como el mesías, pues, por más ilógico que pareciera estando en la situación en la que estaban, el reconoce que Jesús es el Señor del Reino de los Cielos. El ladrón dijo esto antes que se  vieran las maravillas que anunciaban la muerte de Cristo, y su victoria sobre el pecado, maravillas que asombraron al centurión, e hicieron temblar al sanedrín.

Creyó en una vida venidera, y deseó ser feliz en esa vida; no como el otro ladrón, que solo quería ser salvado del sufrimiento terrenal. Con humildad el ladrón todo lo que pide es, “Señor, acuérdate de mí”, dejando enteramente en manos de Jesús el cómo recordarlo. Así se humilló en el arrepentimiento verdadero, y dio todos los frutos del arrepentimiento que permitieron sus circunstancias.

Cristo en la cruz, se muestra como Cristo en el trono. Aunque estaba en la lucha y agonía más grandes, aun así, tuvo piedad de un pobre pecador  arrepentido. Por este acto de gracia tenemos que comprender que Jesucristo murió para abrir el cielo a todos los creyentes sinceros y obedientes. Este es un caso único en la Escritura; debe enseñarnos a no desesperar de nada, pero, para no caer en el extremo de la negligencia, veamos el contraste con el estado espantoso del otro ladrón, que se endureció en la incredulidad, y aun teniendo tan cerca al Salvador crucificado, no le reconoció. Tenga la seguridad de que, en general, los hombres mueren como viven.


Tercera Palabra
 «Mujer,  he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre.» (Jn. 19:26).

Cuando Jesús vio a Su Madre, se preocupo en los días por venir que su madre terrenal enfrentaría. No se la podía confiar a sus hermanos, porque, hasta entonces, no creían en Él (Juan 7:5). Y, después de todo, Juan estaba doblemente calificado para el servicio que Jesús le encomendó: era primo de Jesús y sobrino de María, y era el discípulo amado de Jesús. Así es que Jesús confió a María al cuidado de Juan, y a Juan al cuidado de María, de forma que se consolaran mutuamente de su partida.

Si reflexionamos un poco en ello, es impresionante el hecho de que, aun en la agonía de la cruz, cuando la Salvación del mundo estaba en juego y dependía exclusivamente de Él, Jesús considerara la soledad en que quedaría su madre en los días por venir. Él nunca olvidó los deberes que le concernían y que estaba en su mano cumplir. Era el hijo primogénito de María; y, aun en el momento de su batalla espiritual, sufriendo por los pecados de todos, no se olvidó de las cosas más sencillas que eran de importancia para su familia terrenal. Hasta el mismo final de su vida en la tierra, aun sobre la cruz, Jesús está pensando más en los dolores de otros que en los Suyos.

Cristo proveyó tiernamente para su madre cuando moría. A veces, cuando Dios nos quita un consuelo, levanta otro para nosotros donde no lo buscamos. El ejemplo de Cristo nos enseña a honrar a nuestros padres en la vida y en la muerte; a proveer para sus necesidades, y a buscar su bienestar por todos los medios al alcance.

 Cuarta Palabra
 Elí,  Elí,  ¿lama sabactani?  Esto es: Dios mío,  Dios mío,  ¿por qué me has desamparado? (Mt. 27:46; Mar. 15:34).

Hubo una densa oscuridad sobre la tierra, desde el mediodía hasta las tres de la tarde. Las tinieblas significaban la nube bajo la cual estaba el alma humana de Cristo cuando la presentaba como ofrenda por el pecado.

Puede ser que en este momento Le sobreviniera esa experiencia -no porque hubiera pecado, sino porque, a fin de identificarse totalmente con nuestra humanidad, tenía que pasarla. En este momento crítico y difícil Jesús se identificó real y totalmente con el pecado humano. Aquí tenemos la paradoja divina: Jesús supo lo que era ser un pecador, y esta experiencia debe de haber sido incalculablemente agonizante para Jesús, porque Él nunca había conocido lo que era estar separado de Dios por esta barrera.

Por eso Él puede comprender tan bien nuestra situación. Por eso no tenemos por qué tener nunca miedo de acudir a Él cuando el pecado nos deja incomunicados con Dios. Porque Él lo ha pasado, puede ayudar a los que lo estén pasando. No hay extremo de experiencia humana que Cristo no haya experimentado.

 Quinta Palabra
 «Tengo sed» (Jn 19:28).

Jesús es torturado por la sed. Pero también tiene sed de que se establezca en el mundo el Reino de Dios. También tenía sed del amor sincero de aquellos que sean capases de tomar su cruz cada día y seguirle sin importar las adversidades.

 Sexta Palabra
 «Consumado es » (Jn 19:30).

Justo antes de morir Jesús exclamó: Consumado es; esto es, los planes del Padre en cuanto a sus sufrimientos y expiación estaban ahora cumplidos.

Consumado es: se cumplieron todo tipo de profecías del Antiguo Testamento que apuntaban a los sufrimientos del Mesías.

Consumado es: la ley ceremonial y rígida ya no es necesaria; ahora vino la sustancia y todas las sombras se disipan.

Consumado es: se puso fin a la transgresión y se ha introducido la justicia eterna; El Reino de Dios se ha implantado en el mundo, (espiritual y terrenal) sus sufrimientos estaban ahora terminados, tanto los de su alma como los de su cuerpo.

Consumado es: la obra de la redención y salvación del hombre está ahora completada, Satanás está completamente derrotado, no hacen falta más liberaciones, ni guerras espirituales, Jesús es supremo vencedor, y todos los que creemos en Él somos salvos, libres y vencedores, solo los que ignoran la muerte de Cristo, (ignorantes totales) acuden a conjuros liberadores y pócimas de guerra espiritual, pues ellos no saben acudir al poder del Mesías que dijo rotundamente: Consumado es.
  
Séptima Palabra
 «Padre,  en tus manos encomiendo mi espíritu.» (Lc. 23:46).

Estas palabras del Salmo 31:5, un cántico de fe frente a sus opositores, algunos historiadores aseguran que este salmo también era una oración que acostumbraban a hacer los niños judíos antes de dormir, Jesús hizo aún más tierna la oración confiada añadiéndole la palabra Padre. Aun en la cruz, la muerte era para Jesús como el quedarse dormido en los brazos de su Padre. Esto enfatiza el carácter voluntario de la muerte de Jesús. Su vida no le fue  quitada por la fuerza; fue libremente entregada.

La muerte de Cristo es acentuada por los fenómenos extraordinarios que la acompañaron, pero si queremos entender el motivo de su muerte y el triunfo de su resurrección, tenemos que analizar las palabras con que entregó su alma.

Él siempre estuvo dispuesto a ofrecerse por nosotros, que no lo merecíamos. Nuestro deber es glorificar a Dios por la salvación de nuestras almas, y compartir sin descanso a todos, que hay oportunidad de ser  salvos, gracias al Cordero de Dios.

Llevemos el mensaje de la salvación con nuestra voz y con nuestro ejemplo a través de una vida santa, justa y sencilla; y empleando nuestros talentos al servicio de aquel que murió y resucitó por nosotros, y así nos dio la oportunidad de ser salvos y totalmente libres. 


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